jueves, 8 de julio de 2010

Del verbo discriminar

Zona de Tolerancia

Por Rodrigo Vidal


Que levante la mano quien NO ha discriminado alguna vez. Si usted, amable lector o lectora, lo hizo ¡felicidades! Pero intuyo que la gran mayoría hizo un gesto para recordar las veces en que se refirió a otra persona con un apodo, o lo insultó, o lo excluyó por ser diferente.

Discriminar es un verbo que regularmente todos hemos conjugado. Por eso nunca resultará repetitivo hablar de discriminación, en tanto no se modifiquen actitudes y se reencausen las políticas públicas que han permitido y hasta fomentado la discriminación en México por cuestiones de edad, género, condición social, etnia, lengua, religión, orientación sexual, ideología política, discapacidad, ideología, forma de vestir, color de piel, enfermedad, hasta gustos musicales entre otros tantos aspectos de la vida que nos hace deferente a las persona uno de otro.

La situación empeora cuado los niveles de intolerancia aumentan hacia quienes son diferentes a nosotros.

En el país se ha legislado sobre la materia, pero los resultados son los mismos o peores en contra de algunos sectores de la sociedad. La violencia en contra de mujeres y los niños es pan de cada día, los casos de abandono de ancianos son mayores, los índices de intolerancia y homofobia aumentaron con la aprobación de los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Vaya, hasta el fútbol ha sacado lo peor de los aficionados, que emiten comentarios por demás xenofóbicos no sólo en contra de los jugadores de los equipos mundialistas, sino en contra de sus pueblos.

Los hechos de intolerancia contra los que son distintos a nosotros son cotidianos, y claro, no son sancionados pese a que la ley lo contempla.

Para encontrar casos de discriminación e intolerancia no es necesario hojear el periódico o ver las noticias en televisión, basta con salir a la calle, y prestar un poco de atención a pláticas comunes de la gente cargadas de rechazo y exclusión a todas las personas que son distintas por su forma de ser y de pensar, de profesar un credo, de relacionarse sentimentalmente con los demás, por el idioma que hablen o el color de piel, por sus facciones o su forma de vestir, por la edad, por la orientación sexual, entre otras más diferencias.

Vivimos discriminando y somos blanco de lo mismo. Hasta dentro de los mismos grupos que son víctimas del rechazo y la discriminación, se practica el rechazo y la intolerancia.

Entre los religiosos, los jóvenes, los adultos mayores, las autoridades, entre las mujeres, los medios de comunicación, los grupos empresariales, en las escuelas, en las organizaciones de ayuda a grupos vulnerables como discapacitados, entre otros, está presente el rechazo a los demás, todo por ser diferentes.

Es quizá aún más inimaginable e intolerable que existan autoridades, que en lugar de garantizar la igualdad entre las personas, fomenten el odio entre quienes son distintos, promuevan y ejerzan la intolerancia y el rechazo, y tomen la discriminación hasta como política pública.

La cosa se pone peor cuando no somos capaces de reconocer que nuestras acciones de rechazo dañan a los demás. Recién atravesamos un proceso electoral que generó pasiones desbordadas entre los simpatizantes de cada grupo político.

El encono que esto genera no debe perpetuarse como estilo de vida hacia los contrarios. Mostremos madurez y comencemos a cultivar el respeto a lo que es diferente a nosotros. Comentarios, quejas y sugerencias, dejen aquí por favor y síganos en Twitter: @ZonaDtolerancia.

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