Zona de Tolerancia
Rodrigo Vidal
Soy respetuoso de las creencias religiosas de cada quien. Si éstas contribuyen a formar mejores seres humanos, cada vez más solidarios en lugar de generar fanatismo, encono y discriminación, me provocan hasta admiración. Incluso, me confieso creyente y como tal creo en los milagros.
El fin de semana fui testigo de uno, y no fue hecho por un santo con nombramiento oficial, sino por un grupo de jóvenes y adultos que llevan una semana trabajando por la salud mental de las personas que resultaron damnificadas en las inundaciones del mes pasado, provocadas por el huracán Karl.
Lo hacen con tal sigilo porque su interés no es destacar en los medios de información con su labor, aunque tal actitud si es digna de mostrarse. A pesar de que las autoridades del Sector Salud anunciaron que atenderían los traumas que la población afectada por Karl, incumplieron dejando el aspecto de la salud mental de hombres, mujeres, niños y ancianos en abandono.
Quizá porque eso no luce tanto como entregar una despensa para salir en la foto. Y qué pena. Pero los milagros ocurren. Se presentan, como todo milagro, cuando uno más lo necesita pero menos se lo espera.
Así, como un milagro, aparecieron, no de la nada, sino de la sociedad civil, estos jóvenes con el único interés de ayudar, de invertir su tiempo en devolverle la salud a quienes lo perdieron todo en la inundación.
Sin más recursos que su voluntad, sus ganas por ayudar y su empeño, este grupo de jóvenes está haciendo lo que alguien dejó de hacer por la gente, y yo tuve la oportunidad de ser testigo de su entrega, una verdadera manifestación de amor desinteresado. Por eso, hoy más que nunca creo en los milagros.
En esta historia no hay lugar ni tampoco nombres, porque así lo pidieron sus protagonistas. Una parte de mí, la periodística, me insiste en que es necesario publicarlo, que se trata de información valiosa que el resto de la gente debe conocer. Pero me mantendré respetuoso del deseo de los jóvenes por mantenerse y mantener su acción en total anonimato.
Este milagro es producto, no de una canonización, sino de la voluntad, la conciencia social, el amor por la humanidad de estos jóvenes, quienes ya desde hoy tienen mi admiración, respeto y agradecimiento.
Ojala muchos de los que cacarean más en proporción al huevo que ponen, pudieran aprender de ellos.
Fanfarrias
Y va mi felicitación a la Asociación Civil Matraca, por haber obtenido un reconocimiento por parte de la UNICEF, dentro del tercer premio “Los derechos de la niñez y la adolescencia en México” que entrega este organismo internacional desde 2008.
Esto no es producto de un milagro, sino de un trabajo constante, con altibajos, pero perseverante de un grupo de personas que decidieron ayudar a niños y adolescentes abandonados y que viven en la calle. Felicitaciones a Matraca por el premio.
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