domingo, 8 de agosto de 2010

Migración indígena

Zona de Tolerancia



Rodrigo Vidal

Existe un fenómeno que es poco estudiado, no sólo en México, sino en toda Latinoamérica, que es el de la migración indígena. Los causales podrán resultar comunes en todo fenómeno migratorio, sin embargo hay consecuencias que no se han medido y que alteraron la vida en las comunidades indígenas, pero también sufrieron modificaciones en sus costumbres aquellos que hoy habitan en las zonas urbanas, en muchos casos dentro de los cinturones de miseria de las grandes ciudades.

No se trata de calificar a priori si eso resulta bueno o malo, pues la evolución es un derecho que tienen los pueblos de acuerdo a sus necesidades de alimento, vivienda, vestido, cultura, tradiciones, educación, trabajo y demás factores sociales, económicos y geográficos.

Sin embargo, muchos factores han provocado una transición violenta en el estilo de vida de las comunidades indígenas, y falta conocer de qué manera el daño pudo ser colateral. Ese fue el planteamiento del investigador en migración, James Lachaud, durante el Segundo Foro Nacional Indígena “los Pueblos Indígenas de México, Raíz, Cultura de la Nación”, que se realiza en la comunidad de El Tajín, en Papantla.

Cuál de todos esos elementos que fueron introducidos a la comunidad como parte del fenómeno migratorio resulta contraproducentes a la organización social que formaba determinado grupo indígena, y cuál contribuyó a mejorarla. Son algunas de las interrogantes que no tienen respuesta en todo Latinoamérica, según Lachaud.

¿Y qué ocurre con los que se van y no regresan? ¿Cómo influye su formación en su “nueva vida”? ¿Cómo desarrollan su cosmogonía en un entorno urbano, ajeno al campo, a las tradiciones, a la temporada de lluvia y de cosecha? ¿Qué valores les permiten mantener y sobrevivir en la “urbanidad” y cuáles son desechados? Mejora la vida del migrante o fue sólo un cambio de condición de pobreza: de la rural a la urbana, pero con mayor discriminación.

Es común escuchar cómo existe una preocupación por preservar tradiciones, usos y costumbres de las comunidades indígenas, y por lo regular las políticas públicas apuestan sólo por mantener ciertos ritos y danzas que son parte del folklore al que se le puede explotar como producto turístico. Lo que no es redituable ¿entonces no importa, debe acaso extinguirse?

En el otro lado de la moneda se encuentran otras costumbres, como la venta de niñas, que ocurre en comunidades de la sierra de Zongolica, o los arreglos matrimoniales, donde ninguno de los contrayentes tiene opción de decidir.

Y lo más preocupante, además de la pérdida de valores, costumbres, ritos, tradiciones, lenguas, es que se desarrollen políticas públicas sin el sustento de una investigación que muestre la radiografía de lo que ocurre con nuestras comunidades indígenas, no sólo dentro de sus áreas geográficas, también en aquellas que emigraron.

Este lunes es el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas, y debe ser en el reconocimiento de la cultura de nuestros pueblos, su estudio y su preservación, como mejor celebraremos.

Por cierto, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos anunció un convenio con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) y DICONSA, para promover los derechos humanos en 20 mil localidades que viven marginadas en el país.

“Esta unión de esfuerzos distribuirá en lenguas indígenas información sobre los derechos fundamentales de las personas que conforman los diversos grupos étnicos del país”, señala el comunicado de la CNDH (¿dejará algún día de ser sinónimos marginalidad e indígena?)

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos proporcionará la información, el INALI la traducirá a varias lenguas indígenas y DICONSA la distribuirá en los 23 mil 400 puntos de la República mexicana donde opera el Programa de Abasto Rural.

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