Zona de Tolerancia
Rodrigo Vidal
Era la noche del 22 de agosto y madrugada del 23 de 1971 cuando inició una sublevación en Santo Domingo, hoy Haití y República Dominicana, que marcaría el inicio de un movimiento para abolir el comercio transatlántico de esclavos.
Es por ello que cada 23 de agosto es el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición. Las primeras conmemoraciones tuvieron lugar en varios países, pero destacaron las de 1998 en Haití y 1999 en Gorée, Senegal.
De acuerdo con la UNESCO, la finalidad que persigue esta fecha “es inscribir la tragedia del comercio de esclavos en la memoria de todos los pueblos”, una práctica que predominó en África, Europa, América y el Caribe.
En julio de 1998 el organismo internacional envía la circular CL/3494 a todo los Estados Miembros a organizar actos el 23 de agosto de cada año para recordar esta fecha, que para muchos pasó desapercibida.
En Veracruz existe un acontecimiento importante de la lucha contra la esclavitud que encabezó el líder afromestizo Gaspar Yanga, rebelión que se desarrolló entre 1570 y 1609. Pero este hecho tampoco sirvió de “pretexto” para recordar el Día de la Trata de Esclavos y su Abolición.
Debe preocuparnos nuestra falta de memoria histórica en el tema de la esclavitud, pues al ignorar la importancia que tuvieron las luchas por la abolición de la esclavitud en el pasado, poca esperanza queda de darle solución a los problemas que se derivan de lo que ya muchos sociólogos llaman “la nueva esclavitud”, y que va desde la trata de personas hasta lo bajos salarios por jornadas regias de trabajo.
Por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo estima que la trata de persona afecta a más de 12 millones de seres humanos en el mundo, convirtiéndolo en uno de los delitos más lucrativos del siglo XXI, desde Hong Kong hasta Ciudad Juárez en México.
De esta, la modalidad más común es la trata sexual que afecta a mujeres y niños. Las mujeres constituyen el 56 por ciento de las víctimas en general, y por lo menos 1,39 millones de mujeres y niñas son utilizadas para el comercio y la explotación sexual, un negocio que mueve 32 mil millones de dólares en el mundo, solo superado por el narcotráfico y el contrabando de armas, según el informe de la OIT.
La globalización es, por encima de todo, una perversión económica y como tal se encuentra en manos de las grandes empresas, que solo saben de beneficios y que han convertido a los del mundo desarrollado en sus rehenes.
Trabajar para estas grandes empresas es hoy parte de la nueva esclavitud. Distribuidas a lo largo del mundo, muchas de estas empresas instalan sus fábricas en regiones pobres para conseguir mano de obra barata casi regalada, como ocurrió en la frontera norte de México, donde se encuentra Ciudad Juárez, región que se caracteriza hoy por su nivel de inseguridad y por el medio millar de mujeres desaparecidas y asesinadas, y que algunos casos están ligados a la trata de personas.
En esas regiones, los obreros trabajan jornadas de más de 12 horas percibiendo ingresos mucho menores que cualquier obrero en países desarrollados que desempeñe funciones similares.
Sin embargo, muchos gobiernos aplauden este tipo de “inversiones” y las califican como polos de desarrollo regional, convirtiéndose en cómplices de la esclavitud. También se mantienen indiferentes ante la trata de personas y lo peor es que como sociedad hacemos lo mismo que nada.
Hoy la esclavitud encontró en otras formas su manera de prevalecer, y no por ello es menos peor que la venta de africanos en siglos pasados. Hoy la esclavitud también encuentra en el silencio y la indolencia oficial y civil sus mejores aliados.
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martes, 24 de agosto de 2010
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