Totonacas mostraron el esplendor de la ceremonia del permiso, corte, arrastre y siembra del palo volador y el vuelo final
Por Rodrigo Vidal
San Lorenzo Tajín, Ver.- Danza, sones, incienso, un árbol, totonacas, todos esos elementos y más se conjugaron en un predio de la comunidad San Lorenzo Tajín, Papantla, donde inició la ceremonia ancestral del volador, ritual de la cultura totonaca.
Se trató de una ceremonia que pocas veces se puede apreciar, pues no se realiza en cualquier momento, sino en fechas establecidas en un calendario ritual. La mañana fresca con un poco de llovizna recibió a los danzantes, todos varones, niños y hombres, que vestidos de blanco llegaron hasta el predio propiedad de Juan Simbron de León, acompañados de dos pilatos enmascarados, que representan el bien y el mal.
Estos personajes iniciaron la ceremonia con el son del perdón, para solicitar al Kiwi Qolo (dueño del monte), permiso para el corte del árbol, que en esta ocasión se trató de un árbol de volador de casi 20 metros de altura y 45 años de edad.
Al pie del árbol se ofrendaron incienso, aguardiente, tabaco, velas, comida, mientras continuaba la danza alrededor. La presencia de los pilatos servía para atraer las energías, buenas y malas, que se presentaran en el lugar, y con ello evitar incidentes durante el ritual, explicó después el profesor Leocadio Hernández García.
Después de la danza del perdón vino el corte. Marcelino Santes, indígena totonaca de la comunidad Plan de Hidalgo, fue el primero en dar hachazos al árbol comenzando con el lado oriente y continuando según la orientación de los puntos cardinales. De ahí los ancianos y luego los pilatos.
La base del árbol queda lista para la caída. Con varas largas se ata una cuerda a mitad del tronco de la cual jalarán los danzantes para derribarlo. Se forma un silencio. Los visitantes e invitados a la ceremonia se alejan de el área para no resultar lastimados y alguien da la orden para tirar de la cuerda. El árbol comienza a crujir, se inclina; un tronido indica que la base se partió y cae.
De inmediato comienzan a prepararlo para el arrastre. Lo desraman. Varios troncos son puestos debajo del árbol caído y comienza a atarse con una cuerda que jalarán los danzantes adultos y los jóvenes y niños que pertenecen a la escuela de voladores del Centro de las Artes Indígenas del Parque Temático Takilsuhkut.
El terreno es complicado. Subidas y bajadas obligan a mayor esfuerzo. Uno de los danzantes pide a las mujeres presentes caminar adelante o detrás de los hombres y el tronco, no junto a ellos, pues considera que su presencia está ocasionado algunos problemas en el arrastre.
El árbol es arrastrado casi tres kilómetros desde la comunidad San Lorenzo Tajín hasta el parque temático Takilsuhkut. Será puesto en el área de la escuela de voladores. En el sitio donde se levanta el palo, se cava un agujero y se depositan ofrendas a Kiwichat (diosa del monte o dueña de la tierra): un guajolote o una gallina viva, además de tabaco y aguardiente.Previo a levantar el mástil, se le coloca en el extremo superior la manzana, tecomate o eje en donde van a girar los voladores. “La última parte del ritual es el vuelo, donde se invoca a los cuatro elementos, las cuatro direcciones, los cuatro vientos y donde los danzantes enlazan lo aéreo con lo terrenal, lo sagrado con lo humano; acompañados siempre por los sones rituales mediante los cuales dialogan con los elementos del mundo natural y los interlocutores sobrenaturales”.
En el parque temático, los alumnos de la escuela de volador hacen el primer vuelo ataviados de blanco.
Leyenda totonaca de los voladores
“Sucedió en una fiesta ritual del Totonacapan, trascurridos cuatro días los voladores iniciaron el ascenso al palo volador, la flauta y el tambor sonaron, invocaban a los cuatro puntos cardinales, mientras ellos giraban y se concentraban en ejecutar su danza, de pronto, el cuadro y los mecates se separaron del palo volador y los danzantes se perdieron en el cielo sin dejar de girar.
Todos en el pueblo quedaron desconcertados y se reunieron en torno al palo para decidir qué hacer, un hombre mayor propuso derribar el palo pues creía que los danzantes desparecidos ya nunca volverían.Cuatro días después se oyó la flauta y después el tambor, los voladores aparecieron de nuevo en el horizonte ante el asombro de la gente, pero el palo ya no estaba en su sitio y no tenían forma de bajar, así que se perdieron de nuevo entre las nubes para no aparecer nunca más. Los habitantes del pueblo estaban desconsolados pues perdieron la oportunidad de conocer, a través de los danzantes, el designio de la divinidad solar.
Los totonacas esperan que algún día los voladores se vuelvan a elevar al sol y conocer el mensaje divino”.
Por Rodrigo Vidal
San Lorenzo Tajín, Ver.- Danza, sones, incienso, un árbol, totonacas, todos esos elementos y más se conjugaron en un predio de la comunidad San Lorenzo Tajín, Papantla, donde inició la ceremonia ancestral del volador, ritual de la cultura totonaca.
Se trató de una ceremonia que pocas veces se puede apreciar, pues no se realiza en cualquier momento, sino en fechas establecidas en un calendario ritual. La mañana fresca con un poco de llovizna recibió a los danzantes, todos varones, niños y hombres, que vestidos de blanco llegaron hasta el predio propiedad de Juan Simbron de León, acompañados de dos pilatos enmascarados, que representan el bien y el mal.
Estos personajes iniciaron la ceremonia con el son del perdón, para solicitar al Kiwi Qolo (dueño del monte), permiso para el corte del árbol, que en esta ocasión se trató de un árbol de volador de casi 20 metros de altura y 45 años de edad.
Al pie del árbol se ofrendaron incienso, aguardiente, tabaco, velas, comida, mientras continuaba la danza alrededor. La presencia de los pilatos servía para atraer las energías, buenas y malas, que se presentaran en el lugar, y con ello evitar incidentes durante el ritual, explicó después el profesor Leocadio Hernández García.
Después de la danza del perdón vino el corte. Marcelino Santes, indígena totonaca de la comunidad Plan de Hidalgo, fue el primero en dar hachazos al árbol comenzando con el lado oriente y continuando según la orientación de los puntos cardinales. De ahí los ancianos y luego los pilatos.
La base del árbol queda lista para la caída. Con varas largas se ata una cuerda a mitad del tronco de la cual jalarán los danzantes para derribarlo. Se forma un silencio. Los visitantes e invitados a la ceremonia se alejan de el área para no resultar lastimados y alguien da la orden para tirar de la cuerda. El árbol comienza a crujir, se inclina; un tronido indica que la base se partió y cae.
De inmediato comienzan a prepararlo para el arrastre. Lo desraman. Varios troncos son puestos debajo del árbol caído y comienza a atarse con una cuerda que jalarán los danzantes adultos y los jóvenes y niños que pertenecen a la escuela de voladores del Centro de las Artes Indígenas del Parque Temático Takilsuhkut.
El terreno es complicado. Subidas y bajadas obligan a mayor esfuerzo. Uno de los danzantes pide a las mujeres presentes caminar adelante o detrás de los hombres y el tronco, no junto a ellos, pues considera que su presencia está ocasionado algunos problemas en el arrastre.
El árbol es arrastrado casi tres kilómetros desde la comunidad San Lorenzo Tajín hasta el parque temático Takilsuhkut. Será puesto en el área de la escuela de voladores. En el sitio donde se levanta el palo, se cava un agujero y se depositan ofrendas a Kiwichat (diosa del monte o dueña de la tierra): un guajolote o una gallina viva, además de tabaco y aguardiente.Previo a levantar el mástil, se le coloca en el extremo superior la manzana, tecomate o eje en donde van a girar los voladores. “La última parte del ritual es el vuelo, donde se invoca a los cuatro elementos, las cuatro direcciones, los cuatro vientos y donde los danzantes enlazan lo aéreo con lo terrenal, lo sagrado con lo humano; acompañados siempre por los sones rituales mediante los cuales dialogan con los elementos del mundo natural y los interlocutores sobrenaturales”.
En el parque temático, los alumnos de la escuela de volador hacen el primer vuelo ataviados de blanco.
Leyenda totonaca de los voladores
“Sucedió en una fiesta ritual del Totonacapan, trascurridos cuatro días los voladores iniciaron el ascenso al palo volador, la flauta y el tambor sonaron, invocaban a los cuatro puntos cardinales, mientras ellos giraban y se concentraban en ejecutar su danza, de pronto, el cuadro y los mecates se separaron del palo volador y los danzantes se perdieron en el cielo sin dejar de girar.
Todos en el pueblo quedaron desconcertados y se reunieron en torno al palo para decidir qué hacer, un hombre mayor propuso derribar el palo pues creía que los danzantes desparecidos ya nunca volverían.Cuatro días después se oyó la flauta y después el tambor, los voladores aparecieron de nuevo en el horizonte ante el asombro de la gente, pero el palo ya no estaba en su sitio y no tenían forma de bajar, así que se perdieron de nuevo entre las nubes para no aparecer nunca más. Los habitantes del pueblo estaban desconsolados pues perdieron la oportunidad de conocer, a través de los danzantes, el designio de la divinidad solar.
Los totonacas esperan que algún día los voladores se vuelvan a elevar al sol y conocer el mensaje divino”.
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