jueves, 10 de septiembre de 2009

Otro cuento


Borrón y cuenta nueva


Rodrigo Vidal

Son las ocho de la noche, Vikko no tarda en aparecer, mientras Angélika lo espera; él está dispuesto a terminar la relación y ella a eliminarlo si eso ocurre.


Para Angélika no sería un problema, pues no es la primera ocasión que elimina a sus anteriores amantes (Vikko sería el séptimo en cuatro años), pero lo que más le preocupa es volver a la soltería.


Y no es que sea fría de corazón –con tantos enamorados nadie puede considerarse así-, sino que las experiencias anteriores la han vuelto, como ella misma define, más práctica. Total, los seis primeros se lo merecían, y Vikko igual. Quizá después de ellos venga, ahora sí, el amor verdadero.


Son las ocho de la noche con cinco minutos, “Vikko ya se tardó”, pensaba Angélika mientras miraba impaciente el reloj. En las últimas dos semanas eran comunes sus retardos, es más, en una ocasión la dejó plantada, hecho que no se volvió a repetir luego del reclamo, ¡enérgico!, de Angélika.


No había pretexto para la impuntualidad, ni siquiera que Vikko viviera en una ciudad alejada del lugar donde se encontraba ella era razón válida para retrasarse. No lo era. Sobre todo cuando al principio, después de conocerse, él siempre aparecía mucho antes que ella y la esperaba, y se convertían en románticos e interminables encuentros, con charlas que duraban horas.


A pesar de que él era diez años menor (ella tenía 34), se entendían tan bien, que para Angélika se trataba de la relación perfecta. Nada parecido con los seis patanes anteriores -que en paz descansen-, decía.


Vikko era muy detallista, siempre le mandaba pequeños regalos a su trabajo, un dulce, un chocolate, una flor aunque no fuera rosa, una hoja llena de estampas de corazones que decían repetidamente “te amo”, una piedra en forma de ave (porque sabía que a ella le gustaban las aves), e infinidad de detalles sencillos pero envueltos en cajas tan creativamente decoradas, que a leguas se notaba el amor, por eso a Angélika no le resultaba una carga depositarle dinero cada vez que el joven pedía -siempre es así con los artistas, nunca ganan los suficiente, pero un día le irá bien-, de esa manera se justificaba ante las amigas que cuestionaban esa relación.


Pero hoy, nada de eso valía, porque Vikko resultó ser igual o peor que los demás. Eran las ocho de la noche con diez minutos, y ni sus luces. Angélika recordó la charla que tuvo momentos antes con su amiga Scarlet la única que la comprendía y que estaba de acuerdo con eliminar a Vikko, así como lo estuvo en hacer lo mismo con los seis anteriores –que en paz descansen-.


¿O acaso hay otra solución?, le dijo Scarlet, y después repitió por séptima vez las mismas recomendaciones a su amiga en desgracia: primero actuar lo más normal, tener paciencia -al principio-, y dejarlo hablar; ¡cuidado si dice “te quiero mucho” y pone un pero después… o “sabes, desde hace tiempo he querido decirte algo…”, ahí querrá terminarlo todo!


Pero lo que Scarlet insistió a Angélika, y que por nada del mundo debía permitir, así sintiera como la sangre se enfría, coagula y deja de latir el corazón, es aceptar que Vikko le proponga ser sólo amigos. Se trata del todo o nada, le advirtió la amiga, ¡y no le ruegues!


Vikko aparece. Transcurrieron quince minutos después de la hora acordada. Angélika, aunque molesta, se comporta madura, porque a los 34 años ya se tiene ese grado de madurez para enfrentar, fríamente, este tipo de situaciones.


- ¡Hola! ¿Cómo te va?- saludó Vikko y Angélika respondió con un “hola, muy bien mi amor”, no tan efusivo como en encuentros anteriores.


- Oye Kika – así le decía de cariño- he querido decirte algo desde hace tiempo (¡era la primer señal!), sabes que te quiero mucho, y que desde que nos conocimos todo ha sido maravilloso, pero (¡ahí estaba de nuevo, tal como Scarlet lo había predicho!)…


Angélika no pudo abrir más los ojos porque se le saldrían de sus cuencas, sentía cómo se helaba la sangre y el corazón le latía casi al punto de un infarto.


- Creo que lo nuestro no está funcionando – dijo Vikko- es mejor que ahí la dejemos. En ese momento Angélika emitió un suspiro, de esos que vacían los pulmones y se siente cómo el alma sale junto con el aire; sus manos estaban frías pero sudaba, sin embargo, ella se mantenía serena, hasta que Vikko dijo lo indecible: “pero podemos ser amigos”.


- En ese momento aquella serena mujer se transformó, perdió toda cordura, repitió “maldito, maldito, maldito” hasta el cansancio, mientras ráfagas de recuerdos de esa relación cruzaban por su mente combinadas con el temor de quedarse soltera por siempre, todo en menos de un segundo, y en un rápido movimiento de manos, sin decir nada, Angélika se lanzó velozmente, tomó el Mouse, se fue a contactos en la barra de menú, buscó Vikko83@hotmail, seleccionó y lo eliminó de su vida.

1 comentario:

Abel dijo...

dice una amiga que se trata de la insoportable levendad de un click...
cuento genial!, saludos!

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